por Carlos Gutiérrez Bracho
1 de febrero de 2006
En su rostro brillan tres piercings. No es moda. Es la huella de su vida. Cada uno representa un amor que llegó a doler en el alma. Así también son las películas de este joven cineasta mexicano que, con su ópera prima, Mil nubes de paz cercan el cielo, amor, jamás acabarás de ser amor, conquistó uno de los festivales más importantes del mundo: la Berlinale. Ahí obtuvo el Teddy Bear a la mejor película de temática gay. En aquel febrero del 2003, el filme sorprendió por su calidad visual y por su poesía. Ahora, una generación del Centro Universitario de Estudios Cinematográficos de la UNAM es apodada Mil nubes, gracias a la influencia de este joven cineasta.
Este 2006, una segunda cinta ha sido invitada nuevamente a participar en el Festival de Berlín. Se trata de El Cielo Dividido, un guión que toma su nombre de la cinta que el alemán Konrad Wolf rodó en 1964, Geteilter Himmel. Y antes de que Julián Hernández terminara los últimos detalles del filme, charlamos con él para tratar de descifrar qué llevará, a Berlín, bajo el brazo.
¿El mundo del cine es muy machista, o no?
Y no falta quien ha dicho: película de putitos y ese par de jotos… Me preocupé de que, en El Cielo Dividido, una de las cosas más fuertes estuviera a los tres primeros minutos para que la gente que no quiera verla, se salga y tenga la oportunidad de meterse a otra sala. Del minuto cuatro al minuto siete está la secuencia de sexo más ruda. Ruda para los que les cause conflicto ver a dos hombres desnudos besándose y emulando una relación sexual.
Al trascender la barrera del morbo, llega el verdadero mensaje, la verdadera película. ¿Es así?
De eso se trata… En la escuela siempre pareció que mis películas no contaban nada en sentido anecdótico. Me interesa la comunicación de un estado de ánimo, más que una anécdota reconocible.
Es decir, la historia se cuenta per se.
Exacto. Un día, una persona vio nueve planos y entendió la película en nueve planos Y yo dije: creo que me sobran alrededor de una hora con 30 minutos de película. Si se entiende en nueve planos, ¿qué hay en el espacio restante? El proceso para construir la emoción.
Es una película sin diálogos, ¿verdad?
Tiene muy pocos, como ocho. Hablan muy poco. Creo que las películas tienen dos cosas: duran lo que tienen que durar y los personajes hablan lo que tiene que hablar. Si no, se convierten en comunes y corrientes.
¿Para ti es más importante lo que piensan los personajes y lo que hacen, que lo que dicen?
Sí. Lo que piensan y que se transforma en acciones físicas. En el caso de Mil nubes… lo que le criticaban muchos es que cuando hablaban los personajes decían algo así como “el amor es la finalidad del ser…”. Y es que la gente, en la circunstancia particular en la que estaban los personajes, dice netas. Cuando estamos en el hoyo total, que sientes que has descubierto el sentido de la vida, dices unas jaladas increíbles, aunque a veces se vuelven en verdades incuestionables. Pero que no dejan de tener ese olor a neta que a los demás les molesta.
Sin esos diálogos, dejas una interpretación más abierta. ¿Es eso lo que buscas?
Sí, siempre he creído que los espectadores son muy inteligentes, cosa que no creen muchos directores. Siempre he pensado que lo que yo quiero decir será, en el peor de los casos, tal y cual yo lo pensé. Y que, en la mayoría, será retroalimentado con la opinión de público y que todo crecerá para mejor. Además, no me gusta que la gente hable.
¿Por qué?
No sé. Me cuesta mucho trabajo. Tampoco me gusta ensayar, a diferencia del teatro, donde sí paso tres meses ensayando y dándole mucha atención al cómo, al por qué, a las intenciones, a la fraseología y a esa serie de cosas. Incluso, alguna vez, utilicé el famoso análisis tonal.
En el caso de las películas, me parece que es una pérdida de tiempo total ensayar cualquier cosa, porque, de entrada, nunca ensayas en los espacios que son. No podría ensayar una secuencia que va a ocurrir en la sierra de Durango con 42 grados de calor en un salón del CNA frío y con un eco horrible.
Lo que intento, en el cine, es tratar de encontrar esta cosa de la autenticidad, que sin duda se pierde. En el caso de las películas que hago, hay mucha oportunidad de ir construyendo entre el ensayo de cámaras, la puesta del movimiento de la cámara y mi trabajo con los actores. Voy con un espacio amplio para poder desarrollar y encontrar lo que busco y quiero. En particular es eso, no es que le tenga miedo a los actores ni a enfrentarme a ellos, porque lo hago en el teatro y me la paso ‘choreando’ a la gente. No tengo el problema de muchos directores, que no les gusta enfrentarse a las preguntas de los actores.
En México, hay pocos directores que se preocupan por un discurso que va a partir del encuadre.
Sí. Creo que es muy importante. Hay varios que ya vienen con la misma idea, que son de mi generación y más adelante…
¿Y te sientes satisfecho de tu propio discurso?
Me cuesta trabajo entender las películas después de que las acabo. Es absolutamente personal. No sólo porque yo las dirija. También las escribí y, al escribirlas, tiene que ver con lo que me ha pasado alguna vez, lo que he vivido. De pronto es complicado entenderlo todo. Por otro lado, escoger el emplazamiento de la cámara es complicado y viene a ser una especie de elección ética: saber dónde pones la cámara y lo que va a decir.
Forma parte del discurso, indudablemente.
Suele suceder que la gente pone la cámara ahí, donde sea. Eso es un peligro y una falta de responsabilidad.
Buscas calidad visual. Es una de tus preocupaciones.
Ajá. Sólo hay un lugar correcto para poner la cámara, de acuerdo a todo lo que piensas. En cuanto al discurso, a la pretensión y a la finalidad con que haces las películas, creo que hay una sola posición y que te puedes equivocar todo el tiempo. Entonces, es un conflicto decidir dónde la vas a poner, qué se va a ver, dónde se van a ver los personajes y esa serie de cosas. Al final, veo la película y me siento pésimo, porque esa basura que es el protagonista soy yo. Y lo que está haciendo, yo lo hice durante mucho tiempo. Se convierte en una carnicería de mí mismo.
¿Piensas que el protagonista es una basura humana?
(Risas) De pronto. O se convierte en el basurero de mí mismo. Me interesan mucho las relaciones personales. No hago películas acerca de la política, como Luis Estrada; ni acerca de los crímenes religiosos o el abuso de los religiosos, como Carlos Carrera; ni de la sierra, como Juan de la Riva. Hago películas acerca de la gente, en chiquito, íntimo, que es lo que conozco un poco más.
Hay muchas variaciones, muchas versiones acerca de la misma realidad que vivimos todos. Creo que todos ocupamos un cierto papel en las relaciones que sostenemos. A veces, eres el amante, a veces el amado, a veces el que espera... con una predominante: tu personalidad.
Entonces, ¿los personajes que construyes en tus historias son variaciones de ti mismo?
Eso suena egoísta, pero sí. Son variaciones de lo que soy ahora y que es resultado de mi proceso al relacionarme con muchas personas distintas. En algún modo parecidas.
Yo pensaba que buscabas la trasgresión. Ahora me doy cuenta que es producto de tu propia exhibición.
Lo decidí hace muchos años. Y en verdad fue una decisión, porque yo sufría. Has de decir: este tipo sufre y hasta parece que se divierte mucho. Sí, sufría en aquellas épocas, cuando hice Hubo un tiempo en que los sueños dieron paso a largas noches de insomnio: 17 apuntes para una película, que es resultado de esa época de sufrimiento.
Decías que te preocupa el proceso que genera la emoción, más que comunicar una historia. ¿Es tu fin último? ¿Mostrar lo que desata a un ser humano llegar a rebasar sus límites?
Está increíble, eso lo voy a utilizar. Es eso. Y es que todos somos co-responsables de la construcción de la personalidad del otro. En mis películas hay un espacio para que los espectadores se den la oportunidad de reconocerse y de que vean cuál es el mecanismo en el que se construye la emoción que, en el mejor de los casos, conduce al grado máximo de la pasión.
¿Cómo defines la emoción?
No sé. Pregúntame en unos seis meses y entonces ya lo entendí. La finalidad de las películas que hago es que el público llore. Y El Cielo Dividido es una película de propaganda.
¿Política?
No, emocional. Mi finalidad es que cuando José José se acabe y entren Kalimba y los créditos, la gente salga corriendo…
Y tienes música de Los Ángeles Azules, de Eugenia León, de Ely Guerra…
Y hay una ópera. Hay mucha música. Es como el conducto directo a ese lugar recóndito, donde la gente llore al reconocer que no ha tenido la fuerza de voluntad necesaria para conseguir y luchar por lo que cree o lo que creyó en algún momento, que era el destino por el cual estaba en este mundo… Es una película de propaganda emocional. Le encontraré un mejor término para cuando lo tenga que decir más en público.
¿Por qué el llanto?
Porque es purificador.
El llanto auténtico.
Por supuesto. Yo voy al cine a llorar. Otro cineasta que me gusta mucho es Leonardo Favio, no el que cantaba. Es extraordinario y para una de sus películas, Juan Moreira, en un libro, el autor decía: “de cómo el cine de Leonardo Favio logró conmover y hacer llorar al cariñoso público”. Eso quiero para mí.
Y que reflexione, ¿no? Porque si sólo lloras por catarsis…
Es que no lloras nomás así. Tú lloras porque entendiste algo.
Pero no hablas de un llanto superficial.
Yo creo que nadie llora superficialmente. Creo que llorar es una toma de conciencia de algo.
Entonces, ¿quiénes se la pasan llorando son muy conscientes?
Pues no, en algún sentido. Yo creo que hay gente inteligente de distintas maneras. Enrique Krauze será muy inteligente… otro, ése no me cae bien… Hay gente inteligente en el sentido emocional o espiritual.
También se llora de impotencia.
También, pero entendiste algo. Y acabo de descubrir algo, platicando contigo: yo creo que llorar significa que entendiste muchas cosas.
Creo que lo difícil es hacer llorar a alguien que no se conmueve fácilmente, porque hay mucha gente que se conmueve con cualquier cosa.
Ahí sí ya no sabría, porque hacer llorar a cualquier inteligente, como Enrique Krauze, no me motiva nada. En cambio, que llore la señora que vende en el carrito de enfrente, eso sí me gusta.
1 de febrero de 2006
En su rostro brillan tres piercings. No es moda. Es la huella de su vida. Cada uno representa un amor que llegó a doler en el alma. Así también son las películas de este joven cineasta mexicano que, con su ópera prima, Mil nubes de paz cercan el cielo, amor, jamás acabarás de ser amor, conquistó uno de los festivales más importantes del mundo: la Berlinale. Ahí obtuvo el Teddy Bear a la mejor película de temática gay. En aquel febrero del 2003, el filme sorprendió por su calidad visual y por su poesía. Ahora, una generación del Centro Universitario de Estudios Cinematográficos de la UNAM es apodada Mil nubes, gracias a la influencia de este joven cineasta.
Este 2006, una segunda cinta ha sido invitada nuevamente a participar en el Festival de Berlín. Se trata de El Cielo Dividido, un guión que toma su nombre de la cinta que el alemán Konrad Wolf rodó en 1964, Geteilter Himmel. Y antes de que Julián Hernández terminara los últimos detalles del filme, charlamos con él para tratar de descifrar qué llevará, a Berlín, bajo el brazo.
¿El mundo del cine es muy machista, o no?
Y no falta quien ha dicho: película de putitos y ese par de jotos… Me preocupé de que, en El Cielo Dividido, una de las cosas más fuertes estuviera a los tres primeros minutos para que la gente que no quiera verla, se salga y tenga la oportunidad de meterse a otra sala. Del minuto cuatro al minuto siete está la secuencia de sexo más ruda. Ruda para los que les cause conflicto ver a dos hombres desnudos besándose y emulando una relación sexual.
Al trascender la barrera del morbo, llega el verdadero mensaje, la verdadera película. ¿Es así?
De eso se trata… En la escuela siempre pareció que mis películas no contaban nada en sentido anecdótico. Me interesa la comunicación de un estado de ánimo, más que una anécdota reconocible.
Es decir, la historia se cuenta per se.
Exacto. Un día, una persona vio nueve planos y entendió la película en nueve planos Y yo dije: creo que me sobran alrededor de una hora con 30 minutos de película. Si se entiende en nueve planos, ¿qué hay en el espacio restante? El proceso para construir la emoción.
Es una película sin diálogos, ¿verdad?
Tiene muy pocos, como ocho. Hablan muy poco. Creo que las películas tienen dos cosas: duran lo que tienen que durar y los personajes hablan lo que tiene que hablar. Si no, se convierten en comunes y corrientes.
¿Para ti es más importante lo que piensan los personajes y lo que hacen, que lo que dicen?
Sí. Lo que piensan y que se transforma en acciones físicas. En el caso de Mil nubes… lo que le criticaban muchos es que cuando hablaban los personajes decían algo así como “el amor es la finalidad del ser…”. Y es que la gente, en la circunstancia particular en la que estaban los personajes, dice netas. Cuando estamos en el hoyo total, que sientes que has descubierto el sentido de la vida, dices unas jaladas increíbles, aunque a veces se vuelven en verdades incuestionables. Pero que no dejan de tener ese olor a neta que a los demás les molesta.
Sin esos diálogos, dejas una interpretación más abierta. ¿Es eso lo que buscas?
Sí, siempre he creído que los espectadores son muy inteligentes, cosa que no creen muchos directores. Siempre he pensado que lo que yo quiero decir será, en el peor de los casos, tal y cual yo lo pensé. Y que, en la mayoría, será retroalimentado con la opinión de público y que todo crecerá para mejor. Además, no me gusta que la gente hable.
¿Por qué?
No sé. Me cuesta mucho trabajo. Tampoco me gusta ensayar, a diferencia del teatro, donde sí paso tres meses ensayando y dándole mucha atención al cómo, al por qué, a las intenciones, a la fraseología y a esa serie de cosas. Incluso, alguna vez, utilicé el famoso análisis tonal.
En el caso de las películas, me parece que es una pérdida de tiempo total ensayar cualquier cosa, porque, de entrada, nunca ensayas en los espacios que son. No podría ensayar una secuencia que va a ocurrir en la sierra de Durango con 42 grados de calor en un salón del CNA frío y con un eco horrible.
Lo que intento, en el cine, es tratar de encontrar esta cosa de la autenticidad, que sin duda se pierde. En el caso de las películas que hago, hay mucha oportunidad de ir construyendo entre el ensayo de cámaras, la puesta del movimiento de la cámara y mi trabajo con los actores. Voy con un espacio amplio para poder desarrollar y encontrar lo que busco y quiero. En particular es eso, no es que le tenga miedo a los actores ni a enfrentarme a ellos, porque lo hago en el teatro y me la paso ‘choreando’ a la gente. No tengo el problema de muchos directores, que no les gusta enfrentarse a las preguntas de los actores.
En México, hay pocos directores que se preocupan por un discurso que va a partir del encuadre.
Sí. Creo que es muy importante. Hay varios que ya vienen con la misma idea, que son de mi generación y más adelante…
¿Y te sientes satisfecho de tu propio discurso?
Me cuesta trabajo entender las películas después de que las acabo. Es absolutamente personal. No sólo porque yo las dirija. También las escribí y, al escribirlas, tiene que ver con lo que me ha pasado alguna vez, lo que he vivido. De pronto es complicado entenderlo todo. Por otro lado, escoger el emplazamiento de la cámara es complicado y viene a ser una especie de elección ética: saber dónde pones la cámara y lo que va a decir.
Forma parte del discurso, indudablemente.
Suele suceder que la gente pone la cámara ahí, donde sea. Eso es un peligro y una falta de responsabilidad.
Buscas calidad visual. Es una de tus preocupaciones.
Ajá. Sólo hay un lugar correcto para poner la cámara, de acuerdo a todo lo que piensas. En cuanto al discurso, a la pretensión y a la finalidad con que haces las películas, creo que hay una sola posición y que te puedes equivocar todo el tiempo. Entonces, es un conflicto decidir dónde la vas a poner, qué se va a ver, dónde se van a ver los personajes y esa serie de cosas. Al final, veo la película y me siento pésimo, porque esa basura que es el protagonista soy yo. Y lo que está haciendo, yo lo hice durante mucho tiempo. Se convierte en una carnicería de mí mismo.
¿Piensas que el protagonista es una basura humana?
(Risas) De pronto. O se convierte en el basurero de mí mismo. Me interesan mucho las relaciones personales. No hago películas acerca de la política, como Luis Estrada; ni acerca de los crímenes religiosos o el abuso de los religiosos, como Carlos Carrera; ni de la sierra, como Juan de la Riva. Hago películas acerca de la gente, en chiquito, íntimo, que es lo que conozco un poco más.
Hay muchas variaciones, muchas versiones acerca de la misma realidad que vivimos todos. Creo que todos ocupamos un cierto papel en las relaciones que sostenemos. A veces, eres el amante, a veces el amado, a veces el que espera... con una predominante: tu personalidad.
Entonces, ¿los personajes que construyes en tus historias son variaciones de ti mismo?
Eso suena egoísta, pero sí. Son variaciones de lo que soy ahora y que es resultado de mi proceso al relacionarme con muchas personas distintas. En algún modo parecidas.
Yo pensaba que buscabas la trasgresión. Ahora me doy cuenta que es producto de tu propia exhibición.
Lo decidí hace muchos años. Y en verdad fue una decisión, porque yo sufría. Has de decir: este tipo sufre y hasta parece que se divierte mucho. Sí, sufría en aquellas épocas, cuando hice Hubo un tiempo en que los sueños dieron paso a largas noches de insomnio: 17 apuntes para una película, que es resultado de esa época de sufrimiento.
Decías que te preocupa el proceso que genera la emoción, más que comunicar una historia. ¿Es tu fin último? ¿Mostrar lo que desata a un ser humano llegar a rebasar sus límites?
Está increíble, eso lo voy a utilizar. Es eso. Y es que todos somos co-responsables de la construcción de la personalidad del otro. En mis películas hay un espacio para que los espectadores se den la oportunidad de reconocerse y de que vean cuál es el mecanismo en el que se construye la emoción que, en el mejor de los casos, conduce al grado máximo de la pasión.
¿Cómo defines la emoción?
No sé. Pregúntame en unos seis meses y entonces ya lo entendí. La finalidad de las películas que hago es que el público llore. Y El Cielo Dividido es una película de propaganda.
¿Política?
No, emocional. Mi finalidad es que cuando José José se acabe y entren Kalimba y los créditos, la gente salga corriendo…
Y tienes música de Los Ángeles Azules, de Eugenia León, de Ely Guerra…
Y hay una ópera. Hay mucha música. Es como el conducto directo a ese lugar recóndito, donde la gente llore al reconocer que no ha tenido la fuerza de voluntad necesaria para conseguir y luchar por lo que cree o lo que creyó en algún momento, que era el destino por el cual estaba en este mundo… Es una película de propaganda emocional. Le encontraré un mejor término para cuando lo tenga que decir más en público.
¿Por qué el llanto?
Porque es purificador.
El llanto auténtico.
Por supuesto. Yo voy al cine a llorar. Otro cineasta que me gusta mucho es Leonardo Favio, no el que cantaba. Es extraordinario y para una de sus películas, Juan Moreira, en un libro, el autor decía: “de cómo el cine de Leonardo Favio logró conmover y hacer llorar al cariñoso público”. Eso quiero para mí.
Y que reflexione, ¿no? Porque si sólo lloras por catarsis…
Es que no lloras nomás así. Tú lloras porque entendiste algo.
Pero no hablas de un llanto superficial.
Yo creo que nadie llora superficialmente. Creo que llorar es una toma de conciencia de algo.
Entonces, ¿quiénes se la pasan llorando son muy conscientes?
Pues no, en algún sentido. Yo creo que hay gente inteligente de distintas maneras. Enrique Krauze será muy inteligente… otro, ése no me cae bien… Hay gente inteligente en el sentido emocional o espiritual.
También se llora de impotencia.
También, pero entendiste algo. Y acabo de descubrir algo, platicando contigo: yo creo que llorar significa que entendiste muchas cosas.
Creo que lo difícil es hacer llorar a alguien que no se conmueve fácilmente, porque hay mucha gente que se conmueve con cualquier cosa.
Ahí sí ya no sabría, porque hacer llorar a cualquier inteligente, como Enrique Krauze, no me motiva nada. En cambio, que llore la señora que vende en el carrito de enfrente, eso sí me gusta.
El cielo dividido
México, 2006
Dist. Mercamedia Fims
Dir. Julián Hernández
Act. Miguel Ángel Hoppe, Fernando Arroyo, Alejandro Rojo, Clarisa Rendón
Drama, 140 min.
Gerardo es flechado y penetrado con sólo una mirada hasta lo más hondo de su alma y de su corazón. Desde ese momento, comienza a manifestarse su amor y su lenguaje; un lenguaje que no sabe de palabras, un lenguaje espiritual y psíquico que culmina, en cada encuentro, con el fuego de la entrega mutua. Todo es perfecto hasta que la tentación invade a Jonás, quien vuelve a sentir ese flechazo
cinesemana.blogspot.com y Mercamedia Films
regalan 20 pases dobles para la alfombra roja y proyección de la cinta El cielo dividido, que se llevará a cabo el jueves 6 de septiembre en Cinépolis Diana a las 20:00 horas a los primeros en solicitarlos a mexicoenlared@yahoo.com.mx
3 comentarios:
hola yo solo quiero saber como se llama la cancion que sale cuando jonas se esta bañando esa que dice `por amor a el hazle saber que lo quieres si alguien sabe mandenm el nombre a oiluj6aa87@hotmail.com
Bueno, pienso que el Cielo Dividido es una película muy interesante en cuanto a la manera que como muestra el director las relaicones humanas, en este caso con estos dos chicos. El explorar y atreverse a utilizar de otra manera el lenguaje audiovisual es lo que creo que hace entrañable esta película. El sonido presente de otra manera, sin dialógos que permitan distracción, a lo más intímo del ser.
hola amigo, la cancion se llama
"Por amor a él de Los Pulpos"
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